El horror, la violencia y el genocidio tienen nombre y apellido
“Existen muchas imágenes y filmaciones de la época de la ocupación de la Patagonia donde se puede ver a grupos de colonizadores, familias con sus hijos, una alegre muchedumbre, contemplando como si fueran bichos raros a los habitantes originarios del lugar. Un verdadero espectáculo que permitía a los europeos recién llegados reafirmar su superioridad sobre los pueblos indígenas que llevaban allí viviendo miles de años. Y de paso construir un imaginario cultural de las razas humanas donde ellos ocuparán el más alto escalón. Será el paso previo para apoderarse de sus tierras y expulsar violentamente a sus habitantes. Será el inicio del racismo y la discriminación en esa zona. En la imagen, uno de los legendarios Aónikenk, K’achorro, atrae la atención y curiosidad de miembros de la alta sociedad de la época”. (Luis Milton Ibarra Philemon y Carlos Alberto Villarroel Barria en la página de Facebook Menéndez, rey de la Patagonia)
Julio Popper en una de sus incursiones. Su conferencia de 1887 la ilustra con esta y otras fotos comandando una masacre de indios Selk´´nam
El ingeniero, explorador y genocida Julio Popper (Julius Popper, Bucarest 1857 – 1893 Buenos Aires) fue uno de los principales responsables del exterminio de los indígenas Selk´nam en Tierra del Fuego. Era hijo de un rabino. (12)
Los Selk´nam estaban constituidos por los Pàrika (pamperos del norte), los Herska (de los bosques del sur), losChonkoyuka (de las serranías) y losHaush.
Laureado como Ingeniero en Minas por la Universidad Politécnica de París, emprendió un largo viaje por Oriente, Constantinopla, Egipto donde trabajó en el canal de Suez, recorrió luego India, China y Japón, más tarde estuvo en Siberia. Cruzó el Atlántico, recorrió Alaska, recaló en Nueva Orleans y pasó una temporada en México. Era un aventurero, loco y como veremos también asesino.
Hablaba un perfecto castellano además de rumano, griego, yidish, francés, alemán y latín.
El presidente Julio Argentino Roca, impresionado por los antecedentes de Popper le otorga la concesión de explotación aurífera en Santa Cruz, para su compañía “Popper y Cía”, como director técnico de la Compañía Lavaderos de Oro del Sud.
A partir de 1886 organiza varias expediciones, la codicia y el oro le hacen sentirse el nuevo rey de la Patagonia llegando a acuñar 1000 monedas de oro de 1 gramo y doscientas de 5 gramos así como sellos postal con su nombre, que se exhiben actualmente en el Museo Histórico y de Ciencias Naturales Monseñor Fagnano de Río Grande.
Crea un pueblo, al que llamó Atlanta, cerca de la actual Rio Grande, de este proyecto escribió y editó 6 ejemplares numerados y firmados por él, el número 2 se exhibe en el Museo del fin del Mundo. (Popper J., Atlanta, proyecto para la fundación de un pueblo marítimo en Tierra del Fuego y otros escritos, 2003, Eudeba).
En 1887 dicta una conferencia en el Instituto Geográfico Argentino, entusiasma tanto a sus oyentes que le valió su incorporación a la Logia Docente, el grupo de intelectuales masónicos más distinguido en la sociedad de Buenos Aires. (13)
Con autorización del gobierno Popper forma una milicia paramilitar con uniformes, disciplina y mando unificado compuesta por mercenarios croatas.
Quizás su dramático final haya tenido que ver con que ni los gobernadores, ni los misioneros salesianos, ni los nativos Onas-selk´nam hayan podido detener su ambición y su furia asesina.
Entre sus amigos tenía demasiados enemigos.
Sus patrocinadores fueron destacadas personalidades argentinas de la época y contó siempre con el apoyo del Instituto Geográfico.
Los selk’nam se defendían con sus arcos y flechas, inútiles frente a las balas
fotografía de Alberto María de Agostini
El padre Alberto María de Agostini en su libro de memorias “Mis viajes a Tierra del Fuego” los definió como “delincuentes de la peor ralea, bien armados y equipados”.
Organizó cuatro lavaderos de oro en la isla, en uno de ellos El Páramo de la Bahía San Sebastián, menciona Boleslao Lewin en su libro “Popper, un conquistador Patagónico” “que se extrajeron en poco más de un año 265.000 gramos de oro”.
Aventurero, agente masón al servicio de Inglaterra para establecer una nueva Nación entre Argentina y Chile o según Federico Rivandera Carles en su libro antisemita El reino Patagónico del judío Popper, “buscaba establecer un estado judío en el fin del mundo”. Nada de todo esto, fue históricamente probado.
Su desgracia comenzó cuando solicito la concesión de 80.000 hectáreas fiscales de la isla, para sumarlas a las 2.500 que ya tenía. Y ofreció “civilizar a los Onas” pidiendo le vendieran 375.000 hectáreas. En sus escritos decía querer proyectar “una colonia agrícola ideal en la que los nativos tendrían sus propias tierras”.
El gobernador fueguino Mario Cornero, se opuso y en carta al Senado de la Nación en 1891 escribió que “Popper ha llegado al grado de suponerse con títulos adquiridos para ejercer la supremacía de Tierra del Fuego, si el Estado le concede las tierras, el colono se quedaría con un tercio de la porción más útil y productiva de la isla”.
Habían pasado solo 5 años de su llegada a la Argentina.
Comic publicado en Francia
El 5 de Junio de 1893 Popper fue hallado muerto en la cama del cuarto de hotel que solía utilizar durante sus estadías en la Ciudad de Buenos Aires.
El certificado de defunción luego de la autopsia, firmado por el médico municipal Lorenzo Martínez, indicaba “muerte por congestión cerebral”. Tenía 36 años.
Sus 80.000 hectáreas pasaron a ser propiedad de José Menéndez.
Fue uno de los responsables del exterminio de una población nativa que se estimaba en 60.000 personas en 1880 (según cálculos del antropólogo Carlos Martínez Sarasola, “quefueron muertos por los buscadores de oro, las milicias de los nuevos estancieros tanto chilenos como argentinos que querían grandes territorios para su ganado lanar”).
La principal evidencia contra Popper es el álbum fotográfico de la expedición, que se exhibe en el Museo del Fin del Mundo, en Ushuaia, Argentina, y fue un obsequio de Popper al presidente argentino Miguel Juárez Celman (Córdoba 1844 – 1909 Arrecifes). En varias fotografías se lo muestra en plena actividad de cacería de indígenas.
Notas
12
Artículo de Facundo Di Genova en el periódico La Nación del 22 de Julio de 2021.
13
Dijo en su conferencia en el Instituto Geográfico Argentino en Buenos Aires del 5 de marzo de 1887
“…Corríamos tras un guanaco cuando de pronto nos hallamos frente a unos ochenta indios que, pintada la cara de rojo y enteramente desnudos, se hallaban distribuidos detrás de pequeños matorrales. Apenas los vimos una lluvia de flechas cayó sobre nosotros clavándose en torno de nuestros caballos, sin ocasionar felizmente ningún daño. En un momento estuvimos desmontados, contestando con nuestros Winchester la agresión indígena… Era combate raro. Mientras hacíamos fuego, los indios, echados de boca sobre el suelo dejaban de enviar sus flechas, pero apenas cesaban nuestros disparos, oíamos nuevamente el silbido de las flechas”.
ver narración anterior http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-5ta-parte/
Este texto me lo ha enviado mi amigo Eduardo Vivaldi, quien fue mi compañerito del Colegio Superior de Comercio Carlos Pellegrini de Buenos Aires, de esto hace apenas 60 años.
Cuando leyó mi narración sobre Ushuaia me envió fotografía de planos de la Patagonia, y le pedí un texto explicativo. Muchos de los planos que me envió ilustran su narración.
Escribió Eduardo:
Mi bisabuelo por parte materna Eduardo Albert, fue secretario de Bernardo de Irigoyen. No confundirlo con Hipólito Yrigoyen.
(Agrego Bernardo de Irigoyen (Buenos Aires 1822 – 1906 ibid) fue abogado, diplomático y político. Ministro de Relaciones Exteriores en 1874 y 1882 y ministro del Interior en 1877. En 1898 fue elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires. Fue dos veces candidato a presidente de la Nación, en 1886 y en 1892, y dos veces senador nacional en 1895).
Irigoyen había sido comisionado por el gobernador de la provincia de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas (nacido como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio Buenos Aires 1793 – 1877 Southampton) para dirimir los límites con Chile.
Irigoyen negoció con Chile también la disputa del Estrecho de Magallanes.
Mi bisabuelo Eduardo fue uno de sus estrechos colaboradores.
Novela histórica de Manuel JoséOlascoaga
A su vez Eduardo y su hermano Francis, que era más popular, estuvieron apoyando al Coronel Manuel JoséOlascoaga, que también era ingeniero, escritor, artista, explorador y político (Mendoza 1835 – 1911 Ibíd). Vivió en el Noroeste de la Patagonia en Neuquén, fundó Chos Malal. (14)
(Agrego, Chos Malal es una ciudad ubicada en el norte de la provincia de Neuquén, su nombre proviene de la lengua mapuche, y significa “corral amarillo”, describiendo asi el color de la roca sedimentaria de los cerros que rodean el valle. El objetivo de su creación era el de controlar las rutas de arreos de ganado a ambos lados de la Cordillera de los Andes, evitando la acción de cuatreros (quienes roban ganado) y contrabandistas.
Sigue Eduardo narrando: mi abuelo Ricardo Albert, hijo de Eduardo, estuvo un tiempo en esa zona, en una estancia llamada Llamuco, en Las Lajas, Neuquén propiedad de los Albert, y que por posteriores peleas entre hermanos se perdió y quedó en manos de Sapag.
(Agrego, la familia Sapag, un Nepotismo de gran poder en la Provincia de Neuquén, se componía políticamente de Elias Sapag (Senador), Felipe Sapag (cinco veces gobernador de la provincia), Alma Sapag (diputada), Luz María Sapag (Senadora y diputada provincial e Intendenta de la ciudad de San Martín de los Andes), Lucilla Crexell (Senadora). Jorge Augusto (Gobernador).
Por otra parte, en la Patagonia Sur, el paralelo 42 marca el límite entre Santa Cruz y Chubut.
Eduardo Albert tuvo intensa actividad en temas limítrofes asi como en la Oficina de Tierras y Colonias.
Sus servicios fueron pagados principalmente con 220.000 hectáreas vírgenes de tierra al Sur de San Julián, Santa Cruz.
Son tierras desoladas y áridas y requieren 6 hectáreas por oveja, ante la necesidad de alambrarlo y debido a su alto coste, se asoció con Waldrom.
Yo, de pequeño, estuve en la Estancia Pardo Darwin, que era como se llamaba el campo.
Al Sur del paralelo 42 aquella Argentina era Zona Franca, donde hasta los fósforos eran ingleses… Cruzar la Patagonia en esa época era toda una aventura. Recuerdo (algo que era común) a mi padre manejando 5 horas sin ver otro vehículo…
A pesar de los esfuerzos del Perito Moreno (Francisco Pascasio Moreno Buenos Aires 1852 – 1919 Ibíd.) que fuera científico, naturalista, conservacionista, político, botánico, explorador y geógrafo en la Patagonia Sur, se perdieron territorios que hoy son chilenos, especialmente en la zona del Estrecho de Magallanes y Tierra del Fuego.
Hoy, aún resta sin delimitar exactamente los limites desde el Cerro Torre hasta el Cerro Murallón.
Las tribus Magallánicas, Yaganes, Onas, fueron exterminadas por enfermedades, pérdida de hábitat y de recursos y por los Menéndez entre otros.
Un verdadero oprobio y genocidio.
(Agrego fue el abogado e historiador de origen croata Mateo Martinic, Punta Arena 1931quien publicó una carta estremecedora de James Robbins, empleado de la estancia “Primera Argentina “que en el año 1898 le escribe a un amigo:
“… tenemos quince soldados aquí cuyo deber es cazar indios. Ocho de nosotros salimos de aquí una noche y viajamos al sur, pasado Punta María, con un indio que nos guía, llegamos al punto más cercano al campamento indio, dejamos los caballos y caminamos una hora y veinte minutos a través del monte y pillamos alrededor de setenta. No relataré que ocurrió los siguientes cinco minutos y lo dejo que suponga el resto…” (7)
Notas
7
Mateo Martinic Beros, El genocidio Selk’nam: nuevos antecedentes. Anales del Instituto de la Patagonia, vol. 19, 23-28, Punta Arenas, 1990.
continua en http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-7ma-parte-popper/
Víctor Vargas Filgueira (Ushuaia 1971) descendiente Yagán, habla de su pueblo en su libro “Ahua Saapa Yagan” (Mi sangre Yagán). (4)
Actualmente ejerce de guía en el Museo del fin del Mundo en Ushuaia y es un respetado artesano.
Cuenta en su libro que su idioma está compuesto por 30.000 palabras, pero Charles Darwin (Shrewsbury 1809 – 1882 Down House), que apenas los vio en 1834 desde la cubierta del Bergantín Beagle (5), los describió ignorando como realmente eran “desdichados salvajes de talla escasa, con el rostro cubierto de pintura blanca, la piel sucia y grasienta, los cabellos enmarañados, la voz discordante y los gestos violentos”.
Sigo ahora su narración
1918
¡Muchos de los nuestros pensaban, “Ellos no reconocen que podamos tener nuestras propias creencias! Por eso nuestros abuelos nos dijeron que nunca les hablemos de ellas… ¡Creen que somos inferiores!”
Un día su tapóin, el padre de Catalina le contó mientras ella juntaba umas, unos calafates soñó “que los hannus, los gigantes del bosque y loslakumas, los espíritus del agua se juntaban muy enojados para vengarse de los blancos por haber talado muchos worús, los árboles del bosque de Lapataia.
En el cielo hanúxa, la luna parecía estar ardiendo en llamas”. La Bahía Lapataia es un fiordo en el Canal de Beagle, en el sector argentino de la Isla Grande de Tierra del Fuego, rodeada de bosques.
Esto ocurría en uceniaka, en la Isla Navarino.
Y agregó, “los blancos no tienen conciencia de la naturaleza como nosotros, matan grandes cantidades de lobos y nutrias solo por sus pieles, y desprecian su carne que es tan valiosa para nosotros”.
Estando en ushpasún, que así llamaban a Puerto Williams, pudieron ver aves chillonas, los tatapux, que anunciaba que se aproximaba le época de las nieves, era pues conveniente dirigirse hacia el Noreste, cerca del territorio onísin, donde vivían los Selk´nam y los Haush.
1919
Encuentro con Martin Gusinde
José Luis Angulo cuenta en su blog Azul Marino Viajes, que “su amigo Sergio Zagier, propietario de la librería World End en Ushuaia, hacía muchos años le había hablado de las fotografías de Martín Gusinde, de sus maravillosas imágenes en blanco y negro y del personaje”. (15)
Martín Gusinde
Los indígenas lo llamaban mankacen, cazador de sombras
Este etnólogo y misionero alemán llegó con 26 años a Chile, realizó 4 expediciones entre 1919 y 1924 por la Patagonia y Tierra del Fuego para investigar y documentar la vida de los pueblos que vivían en tierras australes.
Resultado de sus viajes son las más de 1200 fotografías de los Selk´nam, los Alacalufes, los Kawésqar, de los Yámanas.
Formó parte en la protección de los indígenas, “fue testigo e hizo conocer como los intereses y el desprecio de los grandes estancieros, aniquilaron hasta la extinción a esas poblaciones. Comiendo sus alimentos, hablando su idioma, durmiendo en sus chozas, por ello fue invitado a participar en sus ritos de iniciación”.
Exposición
En la sala de Arte Las Condes, se realizó la conferencia el 18 de abril de 2018 «La Fotografía de Martín Gusinde en Tierra del Fuego” (1918-1924): Introducción y comentario de contextos relevantes», a cargo de Marisol Palma Hehnke, doctora en Historia por la Universidad de Leipzig y docente de la Universidad Alberto Hurtado.
En la exposición “El espíritu de los hombres de tierra del Fuego”, realizada en Santiago de Chile se exhibieron 147 de entre sus miles de fotos. (15)
Las Éditions Xavier Barral tuvo a su cargo la digitalización de la colección archivada en el Anthropos Institue de Sankt Augustin de Alemania.
Christine Barthe, responsable de fotografía del museo Quai Branly de París, y Xavier Barral han realizado una selección de unas 250 fotografías en blanco y negro para esta publicación, la primera dedicada a las fotografías de Martin Gusinde.
Una aclaración, el Museo del Quai de Branly fue diseñado por el Arq. Jean Nouvel (Fumel 1945). Entre las obras de Nouvel se destaca el Instituto del Mundo Árabe y la Fundación Cartier en Paris, la Torre Agbar en Barcelona y la ampliación del MNCA Reina Sofía en Madrid.
El Quai Branly construido en el 2006 ocupa 40.600 m2 junto al Sena, el MAM (Museo de arte contemporáneo y la Torre Eiffel. Los 4 edificios que lo componen fueron un proyecto personal del presidente Jacques Chirac (Paris 1932 – 2019 Ibídem) rodeado por los jardines diseñados por el arquitecto paisajista Gilles Clément (Argenton-sur-Creuse 1943)que son parte del conjunto. Tuve la fortuna de visitarlo cuando fui a ver la gran exposición del Centre Pompidou dedicada a Le Corbusier en el 2015.
Volviendo al libro, decir que los textos son de Christine Barthe, y de Marisol Palma Behnke, Anne Chapman y Dominique Legoupil. Su título “El Espiritu de los hombres de tierra del Fuego”.
Textos en Castellano (2015). Existe también una edición en francés ISBN 978-2365110822. Tapa dura con tela 250 x 310 mm 300 páginas.
Víctor Vargas Filgueira nos sigue contando en su libro que los Yagánes se reúnen con Gusinde en Shumakush, y le dicen:
“¿Usted sabe que hay gente que dice que nosotros nos alimentamos de nuestras kuluanas, que matamos y comemos a nuestras abuelas?”
A medida que los aventureros blancos eran más y más, competían con los Yagánes por el alimento, por lo que debieron moverse y asentarse en upushwaia, Punta Mejillones.
Augusto Balfur, hombre con tocado de plumas. Anthropos Institut. Sankt Augustin, Alemania
Comían akis, erizos entre carcajadas y cantos bajo el resplandor de la luna, era una buena manera de despedir el día.
Pensaban “preservar el legado de nuestra sangre es el comienzo de una lucha por subsistir y no disolvernos como pueblo, es el camino marcado por nuestros abuelos”.
El anciano Waihts, estaba ciego desde hacía un tiempo, tenía esperanzas en los jóvenes que luchaban por sus raíces, la fatalidad le había impedido disfrutar de los hermosos colores de la naturaleza, pero usaba el tacto, las palabras y la imaginación, para enseñarles.
Decía “…la tristeza más grande que tengo en mi corazón es no poder disfrutar del paisaje hermoso de nuestra tierra, de los cambios de tonalidades de nuestros bosques y de lam, el sol que nos calienta el cuerpo cuando vamos navegando y vemos el reflejo de nuestra sombra en ese mar tan azul que parece no tener fondo”.
Cuando deciden abandonar Kumbutu, se dirigen a Asashuaia, Caleta Santa Rosa. Debían acondicionar el nuevo chistakaku, el nuevo campamento que se conformaba de varios akar, que era como llaman a las viviendas transitorias.
Cuando bajaba la marea, las mujeres aprovechaban para recoger mariscos y llenar sus cestas de juncos con cholgas, choritos y lapas, daban de comer primero a los niños. La preocupación era tener buen fuego y abundante comida.
Los niños piden a sus abuelos el cuento de la historia del padre del sol
“Taruwalen, el padre de Lam, era un hombre muy malo. Se divertía quemando nuestros bosques y nadie lo quería.Era arrogante y de muy mal carácter.
Un día las mujeres se revelaron ante sus muchos atropellos y juntas intentaron estrangularlo, pero no pudieron lograrlo debido a su enorme poder.
Taruwalen se fue lejos, al más allá, cerca de la cúpula celestial.
Luego de su partida todos volvieron a ser felices.
En su lugar quedaron sus makús, sus hijos Lam, el sol y Akainix, el arco iris.
A diferencia de su padre, los dos eran muy bondadosos, Lam los recibía con el alba y los despedía en los atardeceres. Y cada mañana, cuando él aparecía, todo el mundo estaba contento.Su hermano, Akainix, además de ser muy bueno, era muy hermoso y sabía pintarse mejor que cualquier Yagán. Usaba unos colores tan bellos y variados que era un verdadero placer admirarlo.
Hánuxa, la luna, era la esposa de Akainix.De la unión de ambos nació su hijo, Yai, quien en ocasiones suele aparecer al lado de su padre, como un pequeño arco iris que no vemos con mucha nitidez –contaba uno de los abuelos-.
A pesar del entusiasmo con que escuchaban la historia, ayudados por el calor del fuego y la calma, los más pequeños se fueron sumiendo en un profundo sueño”.Más tarde vino el háani, el viento del norte que silbaba entre los árboles”.
Cuando nacía un yarumatía, un bebé, se necesitaba un yecamush, para que le asigne un yefacél, un espíritu protector para el pequeño, antes que lo invada un espíritu maligno. En general los abuelos eran conocedores de estas artes.
Los yafecél son nuestros espíritus protectores y siempre, desde el comienzo de los tiempos, a cada uno de nosotros, un hechicero nos asigna uno. Estos espíritus nos protegerán toda la vida y evitarán que caigamos en desgracia.
Contó otra leyenda:
“Los hermanos Yoalox, quienes nos enseñaron a sobrevivir en nuestra tierra, dijeron que jamás debemos tirar los desperdicios de comida al mar. Por eso, procuramos no comer cuando viajamos en nuestras canoas. Y cuando el hambre es muy fuerte, y los viajeros deben alimentarse, siempre hay que quemar los desperdicios. De no ser así, los Yoalox, nos enviarán un castigo”.
También contaron la historia de Hanúxa, la luna, una mujer tan hermosa como su esposo, Akainix, el arco iris.
“Hanúxaposee un poder incomparable.
Nuestros ancestros cuentan que cuando está muy delgada, comienzo de la luna creciente, concibe una hija.
Este bebé va creciendo en su vientre hasta dejarla totalmente redonda, es luna llena.
En ese momento, su hija nace, y ella vuelve a enflaquecer, luna menguante.
Por último, Hanúxa muere, haciéndose invisible, es la luna nueva o luna negra.
Su hija ocupará el lugar de su madre en el cielo y se volverá la nueva Hanúxa y tendrá una hija y morirá. Y su hija se volverá la nueva Hanúxay volverá a parir y a morir. Y así, por siempre brillando y muriendo en la oscura noche”.
Los abuelos contaron de los haucellas, los espíritus malignos, y como enfrentarse a ellos, y de los hánnus, los espíritus del bosque y de los lakumas, los espíritus del agua.
Querían dirigirse y hacer campamento en Usín, Isla Hoste, pasando por Worutawaia, Bahía Woruta. Nuevamente el anciano Waihts, les propuso a los más jóvenes, mientras comían amaim, esos frutos silvestres, contarles la historia de túwuk, la garza bruja.
“Cuando alguien escucha el grito de túwuk, quiere decir que pronto será visitado por un amigo muy querido.
En los días siguientes, el amigo se acercará por la dirección donde se dejó escuchar el ave.
Por eso el túwukes un animal tan apreciado por nosotros”.
Esa noche tenían comida, un pueblo que en muchos períodos de su vida se enfrenta a hambrunas, saber que esa noche no iban a pasar hambre, era casi todo.
Antes de dormirse, agradecieron a Watauineiwa por otro día más en esta hermosa tierra, y escuchar algunas historias llenas de magia, contadas por los abuelos, al resplandor de las llamas, su vida transcurría sin sobresaltos, pero cada vez estaban más acorralados y debían abandonar territorios.
En Wulaia, se había establecido una nueva misión de los blancos, que llamaban Douglas.
Otoño
El hanislús, comenzaba a hacerse presente, y las hojas teñían de rojo el bosque. Era la época más dura, debían ser previsores y tener reservas de aceite y grasa de lobo y ballena, las que debían ser enterradas en los turbales.
En una ocasión las enterraron en la isla Pomegashaga, Isla Gable.
Siempre en los peores momentos que les tocaba vivir, aparecía ese espíritu comunitario que distinguía a los Yagánes.
Cuando querían entretenerse con el skinaski, que eran lasfiestas que hacían cuando se sentían felices, jugaron al kálea, inflando el estómago de un león marino, lo golpeaban para que rebotara de manera irregular. En la vida de los Yagénes, la madre naturaleza tenía un gran poder.
Cuando hacían navegaciones a lugares lejanos navegaban despacio y cantaban, al llegar a tierra firme, trataban de juntar algunos huevos, de gaviota, de cormorán u otras especies, rompían alguno para comprobar que no estaban maduros; de ser así, no sacaban ninguno, para no interrumpir el ciclo natural. Si estaban para juntarlos, sacaban pocos huevos de cada nido, nunca se llevaban muchos de una misma especie.
Usaban los huesos de cormorán, las mujeres necesitaban amís, las leznas que usan para los tejidos.
Cuando el día era calmo, innumerables lásix, bandadas de golondrinas pasaban volando bajo, atravesando los campamentos Yagénes, y parejas de álakus, de patos vapor, descansaban bajo el sol.
Cuando debido al calor faltaba agua, subían las colinas para buscar los afluentes, pero no les gustaba, el miedo a los hánnus, los espíritus que acechaban en los bosques.
Los niños se entretenían chupando las uskex, el jugo dulzón de la flor de notro.
Waihts comenzó a contar la historia de una antigua superstición
“Cuando las lexuwas, las pícaras bandurrias, sobrevuelan nuestros campamentos, las mujeres deben sostenerse las tapess, las tetas. Pues, si no lo hacen, estas aves harán que se les pongan flácidas y se les estiren hasta el suelo –en ese momento el escenario alrededor del skinaski, del fuego se llenó de carcajadas y de bromas”.
Un esparcimiento con un condimento especial era el kamatu, un baile que tradicionalmente comenzaban las mujeres y, luego, el resto del grupo se sumaba a esa gran diversión.
Al llegar a un lugar nuevo, la estricta moral y sus creencias los llevaba a revisar bien toda el área, porque no podían acampar cerca de ninguna gualapatagala, de una tumba. Si alguien moría, los abuelos prohibían pronunciar su nombre ni hablar de él o ella, para no llenarse de tristeza.
Los hombres charlaban preocupados sobre la cantidad de canoas misteriosas, de todos los tamaños, que se veían en el territorio Yagán, con tantos hombres blancos hurgando sus costas, debían ser cada vez más sigilosos, los ancianos, tratando de ocultar su preocupación, se sentaron alrededor del pusáki, del fuego e intercambiaron opiniones sobre la confección de yákus, las filosas puntas de flechas.
1920
Cuando se reencontraron con Martín Gusinde, le dijeron que los palalayamalin siguen molestando, los invasores están dispersos por todos lados, pero nosotros tenemos un gran sueño, hay un lugar hermoso y tranquilo en Uceniaka que se llama Upushwaia.
Los abuelos concedieron el honor de expresar su pensamiento a sus ancianos.
“Sr. Gusinde ¿Sabe porque cada vez vienen más hombres blancos?, pensamos que vienen por distintos motivos, algunos a cazar animales para vender sus cueros, otros buscan riquezas en sus playas o vienen a criar animales, se sienten impulsados a venir aquí por ambición.
¿De dónde vienen? ¿Por qué vienen aquí, a nuestra tierra? Nosotros no vamos a molestar a nadie a otros lugares. Aquí, por designo de nuestro Watauineiwa, nos tocó nacer y morir, y lo respetamos sin presentar objeciones.
Ellos vienen de tierras lejanas donde son tantos, que no les alcanzan los recursos, a nuestra tierra Yagán y por muchos otros lugares”.
Le enseñaremos las ceremonias “el chiejáus” y “el kina”“Para nosotros, lo espiritual es muy sagrado”.
Masemikens (apodado el viejo Pedro) hizo un ánan, confeccionó una canoa ancestral que se la dio a Gusinde y que actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Santiago de Chile.
Antes del desastre
Gusinde con los Yaganes
Un atardecer reunidos alrededor de la gran fogata, hablaban de las preocupaciones que los aquejaban.
-“Nosotros sentimos que los hombres blancos nos quieren quitar todo lo que es nuestro”.
-“No debería ser así, pero mi experiencia me dice que es inevitable, debemos asegurar lo que se pueda en cuanto a territorio” dijo Gusinde.
-“Debe hacerse algo pronto. Día a día somos menor y nuestras costumbres pierden fuerza”.
Se produjo un mamihlapinatapaí, ese instante de meditación donde se espera que sea otro el que continúe. (“es la mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra haga algo que ambos desean pero que ninguno se anima a empezar”).
El libro Guiness la define como la más concisa del mundo).
-“A nosotros, que hemos estado en tantas y tantas charlas intercambiando opiniones no hemos preguntado a nuestros yarumáalas, nuestros jóvenes, Son el futuro de nuestra saápa”.
Entonces hablaron los jóvenes
-“Estamos de acuerdo con los abuelos. Sabemos que entre ellos y nosotros ha habido muchos cambios en nuestra forma de vida –y tomando valor continuó hablando – Hoy en día no conocemos muchas cosas de nuestros antepasados. Hasta nuestra lengua se ha modificado…debemos hacer algo para que no desaparezca definitivamente nuestro pueblo”.
Con todo lo sufrido, en ese momento eran frágiles como una hoja llevada por el viento.
Los recuerdos invadían con tristeza sus corazones como los abuelos que eran de Ushuwaia y el paraje hermoso donde paseaban llamado Yaiyoashaga, que era como llamaban a la entrada de agua que separaba el aeropuerto actual, de la ciudad de Ushuaia, cuando la marea estaba alta era navegable.
Mary o Yayohs, mujer con pintura facial de duelo, Yamana. Anthropos Institut. Sankt Augustin, Alemania
Notas
4
Mi sangre Yagán. Ahua Saapa Yagan. Victor Vargas Filgueira. Editorial La Flor Azul, 2021 ISBN 978-987-47731-5-9.
5
El HMS Beagle fue un bergantín de la clase Cherokee de la Marina Real británica botado en el río Támesis en 1820. Tenía 27,5 metros de eslora; 7,5 metros de manga; 3,8 metros de calado; diez cañones; 235 toneladas de carga; y una tripulación de ciento veinte hombres. Fue el primer barco en navegar bajo el nuevo Puente de Londres.
Adaptado participó en tres expediciones, la segunda estuvo bajo el mando del comandante Robert Fitz Roy que llevó al joven Charles Darwin.
En el verano de 1834 un joven Charles Darwin anotaba en su diario: “esos desdichados salvajes tienen la talla escasa, el rostro repugnante y cubierto de pintura blanca, la piel sucia y grasienta, los cabellos enmarañados, la voz discordante y los gestos violentos. Cuando se ve a tales hombres, apenas puede creerse que sean seres humanos, habitantes del mismo mundo que nosotros”. Estas despectivas palabras de Darwin, trataban de describir a un grupo de yaganes, avistados a duras penas desde el puente del bergantín «Beagle» en las cercanías de las islas Wollaston.
15
José Luis Angulo (1958) es colaborador habitual de los programas Ser Aventureros en la Cadena Ser y La Flor y la Canela (Radio Popular). Director Comercial de Club Marco Polo y Viajes Azul Marino Madrid.
continua en http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-5ta-parte-eduardo-vivaldi/
En la primer parte de esta narración (http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-1a-parte/) mencioné que “mi relación con el sur del continente americano, comienza en Febrero de 1972 con un viaje realizado con mi amigo Edgardo Minond a bordo de un Citroën 2CV del año 1964, que continua con un viaje en el año 2016 y otro en el 2022”.
Mientras completo los datos y las narraciones de mis otros viajes, voy a intercalar el viaje en Citroën.
1972
En 1972 se realiza la Primera Gran Travesía Citroën, así denominó la fábrica de autos Citroën al programar un rally con un recorrido de 10.000 km desde Buenos Aires, a Tierra del Fuego, Santiago de Chile, Córdoba y regreso a Buenos Aires.
Con Edgardo formamos parte de un contingente de 202 Citroën, en el que había modelos de 2CV, 3CV, Meharis y Ami 8.
Foto de otro auto de la travesíacruzando uno de los muchos badenes de la ruta 40
Las tripulaciones eran variopintas, familias, parejas, solitarios y solitarias, algunos acompañados de sus mascotas…
A nuestro Citroën 2CV de 425cc y 14 caballos, lo llamábamos “la dama Blanca” (aunque era verde con guardabarros amarillos), la foto es de aquel rallye pero no de nuestro auto.
Se llamó “La Gran Travesía”, a la caravana de autos Citroën que durante 1 mes (desde el 31 de enero al 27 de febrero de 1972) recorrimos la parte sur de Argentina y Chile. Muchos miles de kilómetros, para lo que contábamos con el apoyo de mecánicos que llevaban piezas de repuesto para resolver los inevitables problemas que provocaron caminos de ripio poco transitados y transitables.
Dormimos en campings, centros sociales y deportivos, hoteles, moteles y donde se podía, incluso dentro de los autos, cuando el cansancio impedía llegar al final de la etapa.
En el trayecto, durante el cruce en el ferry rumbo a la Tierra del Fuego, conocimos a un mochilero, mayor que nosotros, era arquitecto, pero pasaron varios días hasta que nos dijo que lo era.
Nos pidió lo lleváramos y a cambio colaboraría con los gastos de gasolina.
Era el Arq. Felipe Baigun, al que recuerdo con mucho cariño, cuando regresamos me invitó a cenar a su departamento que daba a la avenida 9 de Julio.
Era muy extraño, como que al tocar el timbre frente a lo que se suponía era la puerta de entrada, se abría una a tus espaldas, me explicó que así veía quien era, y sin hacer ruido, no habría, o lo hacía como fue mi caso.
En el último piso de su más que amplio piso, había una especie de mirador, de atalaya, con un espacio rodeado de cristales por donde se veía toda la ciudad incluyendo el cielo.
Me explicó, que su habitación “sin ventanas, era el útero materno, y que el espacio del mirador todo vidriado, era su nacimiento cada día.”
Durante el viaje vivimos muchas situaciones, recuerdo que en una larguísima recta, mordimos la banquina, y el Citroën volcó parcialmente, quedando de lado, apoyado en el borde de una zanja.
Estábamos muy cansados, para bajar, y tratar de poner el auto, en su posición normal sobre la ruta. Aún ladeados, el cansancio podía con cualquier inconveniente, por lo que decidimos dormir así, inclinados como estábamos, yo al volante, Edgardo en el medio y Felipe contra la otra puerta, resistiendo el peso de nosotros.
Al día siguiente, con la ayuda de alguno de la caravana, volver a poner todo el orden.
Nadie dudaba que el 2 caballos, seguiría rodando, y así fue.
Itinerario original
Nuestro itinerario
Conocimos las playas de San Antonio Oeste, Las Grutas, Puerto Madryn, Península de Valdez (Isla de los pájaros, los elefantes marinos en Punta Norte y Puerto Pirámides), el Bosque Petrificado en Santa Cruz, La Isla de los Pingüinos en Rio Gallegos, cruzamos el Estrecho de Magallanes, vimos los Canales Fueguinos, recorrimos Tierra del Fuego, también el Lago Argentino con el Ventisquero Moreno (con su masa de 400 km2).
Luego fuimos a Esquel, al Bolsón, en este punto nuestro Citroën tuvo 2 problemas, el primero, su chasis que se había partido y los mecánicos dijeron que no aguantaría el cruce de la Cordillera, y además uno de sus conductores (yo) había perdido todo el dinero que llevábamos, por lo cual recibiendo gasolina y comida de almas piadosas pudimos regresar a Buenos Aires luego de casi 10 días.
En el trayecto de regreso, dormimos en hospitales y casas de buena gente.
Muchas estaciones de servicio, nos regalaron gasolina. Como yo había perdido el dinero, era el encargado “de pasar la gorra”.
Pero la Patagonia tiene de todo, menos estaciones de servicio, y cuando se nos acabó la gasolina, debimos dejar el auto sobre la ruta, ¿Dónde si no?
Baje a ver como crecía el pasto y Edgardo se quedó adentro, pasaron horas, lo que no pasaba eran autos.
El único que pasó, fue un auto que no freno a tiempo, o quizás su conductor estaría distraído y nos chocó desde atrás, el auto dio un salto y se deslizó por el campo. Cuando pudimos volver a ponerlo en la ruta, lo atamos a nuestro amigo chocador que nos remolcó.
El resto de la caravana siguió a Bariloche, cruzó la Cordillera por Puyehue, y en Chile recorrieron Osorno, Valdivia, Concepción, Santiago, Viña del Mar y Valparaíso.
Luego volvieron a cruzar la cordillera a 4000 metros sobre el nivel del mar y vía Mendoza, regresaron a Buenos Aires.
continua en http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-5ta-parte/
Escribí un cuento sobre el Parador Ariston. Me ayudaron Hugo Kliczkowski y la arquitecta Silvia Sánchez, de Estudio Scs, aportando críticas, comentarios, datos. Espero que les guste, se aceptan sugerencias. Cualquier cosa me dicen por acá. Besos Gustavo Nielsen (en su blog Mandarina)
12.20.2019 ESCOMBROS DE UN PARAÍSO El paraíso llega cuando ya no lo necesitamos. Mi abuelo decía esta frase enigmática. Siempre queremos que el paraíso llegue; sentí que estaba cerca cuando empecé a trabajar en el Ariston. O en lo que quedaba de él. Soy arquitecta, hago patología muraria y recuperación edilicia. Me llamo Silvia. Mi abuelo Vicente, este que ven en la foto, fue metre del Parador, desde agosto de 1949 hasta julio de 1952. Es el que posa feliz delante de los mozos que sostienen bandejas. Lo sé porque me lo contó mi abuela Sara. Tenían una carta de solamente doce platos. Una sopa de tomate con camarones que era una delicia, según ella, picantita y espesa. Rabo de res y tortilla flambeada de postre. Ya no se come rabo en ningún lugar de Mar del Plata. El Parador Ariston fue diseñado por el húngaro Marcel Breuer mientras dictaba un seminario en la Universidad de Buenos Aires. Enseñaba en la Bauhaus, la escuela de diseño más importante de la historia: dibujó un trébol de cuatro hojas sobre una servilleta de papel como todo plano. En una de las hojas circulares ubicó la barra, en otra la pista de baile y en todo el resto se comía. Garabateó también un pequeño corte. Había que subir un piso por escalera. Carlos Coire, jefe de la cátedra que lo había invitado, se ocupó de la documentación y el arquitecto Catalano de la dirección. La Universidad puso el dinero para construir esta joya, hace cien años en mi ciudad. Sin embargo, nadie en el tiempo la cuidó, como pasa con la mayoría de las obras del Movimiento Moderno, y poco a poco se fue viniendo abajo. Hasta ayer por la noche yo opinaba que todavía se podía salvar, o como me gusta decir a veces: curar. Mi jefe Johann, berlinés, que sabe poco de hormigones pero mucho de negocios, juraba que no. Pero me contrató para hacer los primeros exámenes, porque a los paraísos conviene tenerlos de amigos. Traen mala suerte cuando se les vuelve la cara, aunque sean tréboles de cuatro hojas.Digo curar porque las obras a las que yo llego suelen estar enfermas. Todo tiene que hacerse con un máximo cuidado: retirar los sobrantes, el material suelto y lo que no pertenezca a la esencia morfológica. Buscamos el origen como si fuéramos arqueólogos. Yo sigo un método intuitivo y empírico, en el que voy trabajando de acuerdo a lo que el edificio me va diciendo. Los edificios hablan a través de su integridad y de sus pérdidas, de lo que conservan y muestran. Y si no hablan tanto, hay que saber leer en sus intrigas. Tengo un trabajo de detective: obtengo muestras, etiqueto, clasifico, mando a catear. Un cateo es lo mismo que una biopsia para la medicina. Rasco las paredes con esta espátula de acero inoxidable que se parece tanto a un bisturí. O con una cucharita.Obtuve el trabajo a través de LinkedIn. Querían alguien que fuera experta, sin pagarle demasiado. Al vivir a ocho cuadras del Parador, ya no tendrían que gastar en viáticos. Y a mi currículo le sobra brillo: solamente en Mar del Plata trabajé en el Alfar y en la fachada del Asilo Unzué. A Johann le oculté que mi abuelo, el de los bigotes terminados en punta hacia arriba, había sido uno de los gerentes, tal vez el más importante en la historia del edificio. Si se lo hubiera dicho habrían contabilizado mis emociones para pagarme la mitad. Lo que aprendí en la profesión vale mucho para andar regalándolo por las oficinas de patrimonio. Tanto es así que ya sabía cómo iban a volver calificados los cateos, cuando el material cayó como talco de las losas. Lo mandamos al INTI para precipitar y el laboratorio nos devolvió su visión pesimista. Le hice una lista a Johann con los aparatos que debía alquilarme para poder seguir.- ¿Para qué querés un esclerómetro? –dijo.- Para hacer una lectura de compacidad de vigas y columnas.- Sale un montón de dinero. ¿Y el georradar?- Para las oquedades.- ¿Y el profómetro? Alquilarlo cuesta un disparate.Johann hacía números con su calculadora. En sus ojos de especulador se veía que el edificio no le interesaba.- Necesito hacer un mapeo de la armadura, para averiguar cómo está adentro del hormigón. Qué espesores de sección son los que quedan.- No puedo pagar eso.- Necesito los gráficos. Y preciso más andamios de los livianos, no esos que me pusiste. Y un ayudante, o dos.- ¿Se va a poder recuperar?- Sí –arriesgué, sin dudar.Johann negó con la cabeza y agregó:- Puedo mantenerte el sueldo pero nunca contratar ese equipamiento. Preciso un informe objetivo sobre el estado del edificio.“Los paraísos están para cuidarlos”, estuve por decirle. Pero me callé. No iba a conseguir de mí un cómplice para un informe negativo. Los edificios se salvan con experiencia, con técnica, pero también con fe. Mi abuelo estaba ahí, detrás de Johann, con su carta de delicias en la mano. Lo pude ver en ese momento.- No te pago para que evalúes mis ideas –agregó Johann, leyéndome la mente. Y salió.A la tarde me llamó al celular y me pidió disculpas con reservas. No iba a contratar equipos y especialistas por un edificio “insignificante” –así lo llamó, refiriéndose a los contados metros cuadrados, aclaró-; su presupuesto era limitado. Yo sonreí amargamente, pero él no me vio, claro. Donde Johann vislumbraba insignificancia yo veía una alhaja. Nunca entendí el tema del linaje. Johann será más importante por su ONG europea, pero la que sabe de hormigones soy yo. La absurda pirámide de mandos no se verifica en la expertise. Así como no me meto en sus operaciones inmobiliarias y de prensa exijo que no se meta con lo que sé, que lo sé bien.Estuve cinco días seguidos en el Ariston, en cuclillas o trepada a escaleras. Hice tutores de yeso sobre las grietas. Conozco la dimensión del daño, puedo intuirla en esas fisuras activas. Hasta ahora no había gastado casi nada de plata, solamente chupé frío y me ensucié entre las losas con forma de trébol. Las persianas de madera que le pusieron contra los intrusos están llenas de agujeros y ranuras. No me permitieron quitarlas: el dueño del predio, un latifundista, quería tirar el Ariston abajo y tenía miedo. Todo al mismo tiempo. Suele pasar cuando a un edificio, o a lo que queda de él, el Congreso le otorga protección histórica. Verlo a Johann rendido me llevó a pensar que ya era hora de irme de ahí. Las clivias de mi abuela florecieron en los cumpleaños de Vicente hasta el último año, en el que se fue del Ariston. Y ya no florecieron nunca más.En Página 12 leí una noticia que me gustó. Daban por sentadas las obras de recuperación. Hablaban del nombre de la playa, La Serena, aunque se equivocaban en el dato de Breuer como diseñador de la silla Wassily. La nota tenía un dato de color del que yo no estaba al tanto. En los inviernos en los que no abrían las carpinterías, porque el viento era el mismo que el de ahora, marino y feroz, repartían talco para que la gente que bailaba descalza no se resbalara en la pista. Me imaginé la condensación de la humedad sobre los vidrios y el piso de madera. Me hubiera gustado bailar ahí. Me imaginé a mi abuelo revisando el calzado de su pequeño ejército de mozos: suelas adherentes, de caucho, para que sus manjares no acabaran por el suelo. Sí, soy una empecinada de los materiales y sus comportamientos. Amo mi trabajo; ninguna corrosión podrá devaluarlo. Vicente, el dueño del paraíso, siempre me está mirando desde la foto.Así que pensé chau Ariston, chau Johann. A veces ganan los malos. Chau Silvia. Aunque te garanticen el trabajo hasta fin de año, como se arregló, ya no tiene sentido. ¿Desde cuándo mis opiniones van a aportarle datos al enemigo? Jamás firmaré un chantaje, ni por todo el oro del mundo. A los edificios que valen hay que salvarlos porque son como seres. El que salva a un humano salva a la Humanidad. Estaba tomando una copa de vino cuando entendí que debía renunciar. Una cena frugal, de mujer sola. Vicente me hubiera retado por ese sanguchito. Tenía ganas de llorar y de dormir. Puse la tele pero no aguanté ningún noticiero de aire: el dinero y la derecha estaban ganándole también al mundo. Poderosos caballeros. Una mierda.A las tres me despertó el celular: Johann. ¿Qué hacía en vela? No lo voy a atender. Cortó y volvió a insistir. ¿Por ser mi jefe era también el dueño de mi sueño? Un hombre jamás atendería un llamado de su trabajo a la madrugada. Escuché el bip del whatsapp. “Dejaste la luz encendida en el Parador, nena”. ¿Qué luz?, pensé. El teléfono volvió a sonar.- ¿Qué luz?- Los reflectores.Mi trabajo se hace con reflectores. Ningún detective entraría a una escena del crimen a oscuras. Tres de quinientos watts, muy poderosos, con luminarias tipo lupa. Uno para la planta baja, dos para arriba. Los apago desde el tablero. Siempre lo hago cuando me voy.- Acabo de pasar por la ruta con el auto: el Parador es un velador en la noche.- ¿Y por qué no te bajaste a apagarlo?Johann dudó un instante en el teléfono.- No es mi trabajo –dijo. Cortó la comunicación.Si algo faltaba para completar mi descontento era una respuesta así. Miré por la ventana: el viento arreciaba árboles y arbustos. Estaba por explotar una de esas tormentas que solo se dan en Mar del Plata. Vi un rayo, a lo lejos, caer sobre la playa. ¿Qué podía pasar si no iba? Un corto. O gastar demasiada electricidad, y había que ahorrar. Para el profómetro y el georadar, indispensables. Para nada. Le escribí un whatsapp que borré inmediatamente: andá vos que tenés auto. Mejor era salir antes de que la tormenta comenzara. Me puse un pulóver y los pantalones sobre el piyama, me calcé con botas que hubiera aprobado mi abuelo. Me puse el impermeable con capucha azul, guantes verdes, una bufanda roja. Miss elegancia, la arquitecta. Guardé el casco blanco en la mochila.El viento que me daba en la cara traía hojitas y gotas puntiagudas, de tan heladas. No iba a poder volver por la arena si se desataba la tormenta. La playa era un imán para los rayos. ¿Cómo habría sido mi abuelo como jefe? A los mozos se los veía felices en la foto, sosteniendo sus platinas y bandejas plateadas. Bueno, era una foto, nomás. Aunque yo nunca me sacaría una foto sonriente detrás de Johann y de autoridades que negocian según el viento de los tiempos. ¿Quién iba a tomar la decisión de derribar una obra de arte de Marcel Breuer? Que el Parador estuviera descuidado y varado no era excusa. ¿Quién iba a ser capaz de pegar el primero de los martillazos? Un diamante olvidado sigue siendo un diamante.El velador Ariston. Al menos en las descripciones, Johann era preciso. La luz salía por todas las rendijas de la carpintería antivandálica, por todos los agujeros de esas maderas podridas que habían clavado para alejar a los intrusos. Un resplandor potente y blanco, de observación. La luz que permitía trabajar de día o de noche por igual, para cuando los salvatajes dependían de urgencias políticas. Me había quedado sin dormir decenas de veces en situaciones así. Se armaba un grupo de profesionales y te mudabas. Comíamos en la obra, a veces hasta dormíamos ahí. Todo para que no la demolieran, en el país de la demolición permanente. Me apuré por la lluvia y por la luz. Ojalá que la tormenta no se desate así vuelvo tranquila por la orilla. Saqué las llaves de los candados de la mochila y me puse el casco. Tranquila, Silvia. Abrí.El brillo bañaba la escalera desde el primer piso. La tapa del tablero de la electricidad estaba semiabierta. Vi el cable suelto, desenchufado. La luz ya no era blanca, sino cálida. En el tablero todas las térmicas estaban apagadas. Me agaché para recoger el cable y me vi las puntas de los zapatos: afinadas, de charol negro. Los tacos se afirmaban correctamente sobre el contrapiso poceado de la planta baja. Aunque ya no era cemento: había mármol. Veteado. Pulido. Por eso mis tacos pisaban bien: el revestimiento era el indicado por la historia, por Breuer; el que había pagado la Universidad de Buenos Aires hacía cien años.Tampoco recordaba haberme puesto esas medias negras. Me toqué el ruedo del vestidito, y me lo palpé sobre las caderas y el pecho. Tiras finas sobre los hombros. Lo único que sobraba era aquel casco, al que dejé escondido en un cantero con clivias antes de subir por la escalera curva.Arriba me esperaba un mayordomo. No me miró a los ojos cuando tomó de mis manos un saco que yo no había advertido que llevaba, con cuello de piel, y una estola blanca. Quiso quitarme la cartera, que hacía juego con mis zapatos, pero no lo dejé. Me acompañó hasta mi asiento. Separó la silla de la única mesa armada en todo el salón. Me senté como lo hubiera hecho frente a un abismo. Nadie de los presentes me miró. Empecé a sentir el murmullo y las risas cuando la respiración me volvió al cuerpo. Sobre la mesa había un arreglo floral y una copa de champán.Algunos fumaban. La mayoría de los hombres estaban de pie; las chicas repatingadas en sillones o atentas desde taburetes o apoyabrazos. Todas llevaban vestidos parecidos al mío. Mucha puntilla. Algunas guillerminas en los pies. Una que llevaba botitas tenía cara de mala. El maquillaje acentuaba la claridad de las mejillas: mucho polvo base. Deben ser arquitectas, jajá. Un señor me miró. Era joven, pero parecía viejo por el corte de pelo y el bigotito horizontal. Llevaba un traje a rayas verticales, camisa blanca, zapatos excesivamente lustrados. Busqué un espejo en mi cartera; había uno redondo y gris. Lo abrí. Mi cara también estaba pálida por los polvos, y los ojos tenían un marco negro demasiado duro, que los volvía ojerosos. Me dieron ganas de limpiarme con la servilleta. En la cartera había una espátula afilada y un pañuelito. Mi espátula de obra.Cuando el mozo me trajo la carta no me di cuenta de quién era, porque estaba observando otra cosa. Pasaban un jazz tenue, apenas un piano, y casi toda la gente se apiñaba en la zona de los sillones. En otro de los lugares estaba la barra de donde salían los tragos. El último pétalo del trébol estaba vacío, a la espera de los bailarines. En el ambiente lleno de humo los presentes fumaban con boquillas. Aunque mi mozo miraba hacia el suelo como el mayordomo de la entrada, los bigotes le seguían apuntando hacia arriba. Llevaba una levita inabrochable, por la panza. Un repasador le colgaba del brazo en el que traía la bandeja.Busqué, entre los doce platos de la carta, el rabo de res y la sopa de tomates. Estoy con Vicente, abuela Sara. Decidió bajar de su podio de metre para venir a atenderme personalmente. Hay un hombre, además, muy elegante, que me acaba de guiñar un ojo. Debe ser joven pero parece viejo, porque yo misma parezco de otra edad. El champán está fresco pero no es muy cristalino. La copa sí, como si fuera de Murano. Tallada. Se acerca el hombre con un encendedor. Deberé decirle que no fumo. Ah, era para prender la vela.– Es un animal –dijo despectivamente, y me pidió permiso con un gesto para sentarse.- ¿Quién?- El camarero. Ni en el Ariston logramos que el servicio sirva.Separó la silla y se sentó. Traía su propia copa de champán. Me di vuelta para ver cómo Vicente se metía en la cocina.- Soy Marcel –se presentó el hombre.- ¿Breuer? –no pude contenerme.- Peña Braun –dijo él, sin siquiera pestañear. Sorbió un poco de su copa y cruzó las piernas. Dejó su cigarrillo sobre el cenicero.Algunas parejas comenzaban a pararse para ir a la pista. Desdoblé la servilleta de tela.- Debería avergonzarse por lo que dijo –lo increpé-. Vicente ha sido sumamente cordial. Es el gerente de cocina y está atendiéndome como si yo fuera su propia nieta. ¿No le parece correcto?Marcel se rio.- ¿Metre Vicente? ¿Ese tonto? ¿De dónde ha sacado semejante información?Abrí la boca. No iba a dejar que un presumido le dijera tonto a mi abuelo. Me cago en el linaje. Vicente apareció con la bandeja con un plato de sopa humeante y la botella de champán adentro de un balde con hielo. Nos sirvió, a mí y a Marcel doble apellido. Dejó también el balde, porque él se lo pidió. Tomó la bandeja plateada entre sus manitos regordetas y se quedó esperando, por si le pedíamos algo más. Agarré la cuchara. Era de plata.- Vicente–dijo Marcel, como una orden. Le indicó la bandeja.Vicente la puso horizontal y se la acercó. Marcel levantó la boquilla del cenicero hasta la mitad de ese círculo plateado y volcó las cenizas dos veces. La larga y frágil ceniza que se había acumulado en la punta de su cigarrillo. Me pareció el gesto más cretino del mundo.- Ya, negro –lo despidió.Lo vi irse humillado, pero como si no le importara. Estaba acostumbrado a la humillación. Marcel se rio otra vez. No voy a bailar con un tipo de mierda como usted, porque no me dejaría mi abuela Sara, estuve a punto de decir.- Somos los dueños del palacio –continuo él, con un orgullo absurdo. Hizo un gesto con la mano que abarcaba todo el salón.- Vinimos a bailar y bailaremos.- No conmigo –le dije. Soplé sobre la cuchara y me la metí en la boca. Había pescado un camarón picante.- Y no es un palacio, es apenas un restorán.Subió los hombros y se fue a buscar otra mujer. Al rato lo vi moverse con el charlestón. Todos bailaban muy enérgicamente, sin quitarse los sacos ni los moños. Terminé la sopa y dejé la cuchara apoyada. Las mujeres eran más enérgicas que los señores. Hacían mover sus rodillas con desenfreno, como invitándolos a una contienda sexual y rechazándolos al mismo tiempo. Alguien subió el volumen de la música justo cuando Vicente volvió a aparecer para cambiarme el plato. No me preguntó nada y yo intenté disculparme por ese hombre horrendo, pero las palabras no me salieron o me salieron en voz muy baja. No me escuchó. Estuve a punto de decirle que ya no quería el rabo de res, que estaba llena. Pero él se fue a buscarlo y yo me quedé tomando champán. Ya estaba un poquito mareada.Los hombres se descalzaron después que las mujeres. Ponían las medias adentro de los zapatos, que quedaron haciendo una especie de ronda alrededor de la pista circular. Los vidrios empezaron a gotear. Una chica se resbaló y su partenaire la atajó antes de que cayera. La pista estaba mojada; mi propio mantel estaba así. Una gota espesa se soltó del cielo raso y apagó la vela de la mesa. La segunda cayó sobre las flores del arreglo. Me descalcé. Los zapatos de taco siempre me resultaron más incómodos que los de seguridad.- ¿Cuándo reparten el talco? –le pregunté a Vicente, cuando vino con la platina con el rabo. El plato parecía un trencito marchando en un paisaje de salsa de tomate. Sacó su cuchillo de trozar. El moño de su camisa estaba torcido, tuve inmediatas ganas de enderezárselo.- ¿Para qué sería el talco, señorita?Le señalé el resbalón que se acababa de pegar mi festejante Marcel. Dos amigos lo ayudaban a levantarse.- ¿Por qué no abren las ventanas para que ventile? Hay demasiada condensación –agregué.- Están abiertas las del lado de atrás, las que no dan al mar, señorita. Si abrimos estas se vuela su mantel.- ¿Y no reparten talco?Vicente me miró por primera vez. Tenía los ojos buenos. Me dieron ganas de abrazarlo.- Aquí no existe esa costumbre –dijo.Los amigos de Marcel se reían, las chicas se reían. La música subió un poco más; ya era atronadora. Vi cómo mi abuelo movía los labios y volvía a bajar la vista. El perfume de la carne era lo único aceptable. Abrí la cartera sin dudarlo un segundo y saqué mi instrumento. Talco, polvo. Tomé el platito de la vela. Me paré arriba de la silla. Todos dejaron de bailar. Polvo, talco. No sé por qué lo hice. Ellos me estaban mirando y desde la altura yo alcanzaba a ver el mar, afuera y lejos. No iba a comer el rabo, no iba a perdonarles las impertinencias, pero iba a enseñarles cómo bailar descalzos en una pista resbalosa. Raspé el cielo raso adecuadamente, en puntas de pie. El polvillo cayó sobre el platito. Me bajé de la silla. La música cesó. Me pasé el talco por una planta, por la otra. Fui hasta la pista y me abrí paso entre la muchedumbre. Improvisé un charlestón en el silencio de la noche. Normalmente bailo horrible, pero me salió bien. Una chica que tenía un rodete intentó seguirme con una patinada. Yo no me resbalé.Entonces apareció Vicente con una especie de tortilla colocada sobre un quemador encendido. Le volcó Rhum Negrita de una botella. Se ayudaba con un cucharón. Marcel no me quitaba los ojos de encima; los demás miraban, como yo, a Vicente. Marcel sacó un encendedor y se acercó hasta el lugar donde el más pedestre de los mozos de Ariston alistaba el único postre de la carta. Lo apartó de un empujón. Los malos modos de la aristocracia se acentúan con las borracheras. No hay que mirar, Sara. Se van a ir, van a dejar de existir. El trabajo de Vicente lo hace noble de verdad por más humilde que sea, porque el trabajo es lo único que ennoblece. No los títulos, ni los premios. Hay que hacer bien lo que uno sabe, únicamente eso. Y Vicente siempre lo hizo bien, aunque en esa foto quisiera aparentar lo que no era.Marcel intentó hacer funcionar su encendedor dorado. Lo agitó en el aire. Vicente traía en las manos una pequeña caja de fósforos. Marcel trató por tercera vez, infructuosamente. Eructó y se guardó el encendedor en el bolsillo del pantalón. Le quitó los fósforos a Vicente, de mala manera. Abrió la caja al revés y se le desparramaron por el suelo. Puteó. Levantó varios, algunos ya no servían porque estaban mojados. Pero uno sirvió. Puso la llama hacia abajo para que aumentara. Lo acercó al alcohol caliente de la fuente y aparecieron las llamaradas. Tiró el fósforo sobre mi mesa y la servilleta comenzó a encenderse. Los presentes estaban aplaudiendo a Marcel y al flambé.Me largué a apagar el fuego cuando lo vi también en los demás. No eran solamente la servilleta y el flambé los que se estaban quemando. Uno de los presentes abrió su billetera, tal vez para dejarle una propina al camarero, y los billetes estaban encendidos. Rápidamente le alcanzaron el cuello de la camisa. A una mujer le salía fuego del escote, otra se inclinó a apagárselo y se le incendió el pelo. Las cortinas empezaron a arder. Vi dos llamas saliendo de los ojos de Marcel, que no hizo nada, solamente se quedó quieto en el lugar. El fuego salía por las bocas y las orejas de la gente, por los orillos de las polleras, desde adentro de las copas. Las botellas comenzaron a estallar, vi mi tenedor y mi cuchillo retorcerse en la mesa. Las plantas de los pies se me empezaron a cocinar en el agüita hirviendo. El piso burbujeaba. Agarré a mi abuelo por la bandeja y bajé corriendo las escaleras. El mayordomo se doblaba de dolor en la planta baja, achicharrado.El pasto estaba fresco. Yo tenía el impermeable abierto y el pulóver desarreglado. En la corrida había perdido la bufanda y las botas. Tenía un solo guante cuando le devolví la bandeja a Vicente, que llegaba agitado. Ya no tiene edad para correr. Toda la noche parado, a un mozo le duelen los juanetes. Y encima esta carrera. Perdón, abuelo. Miramos juntos hacia atrás: el paraíso en llamas. Las persianas fueron lo primero que se derrumbó. Vicente tomó la bandeja con sus dos manitos recatadas. Me miró tristemente. Escuché el silbido de su respiración. Cada vez que nos sacamos esa foto, un mozo hace de metre y los otros posan con las bandejas. Hice una vez de metre y cinco de mozo. Hay una foto real, con el metre real, pero nadie se ríe allí.No abrió la boca para comunicarme su verdad.- Estoy orgullosa de vos -dije.No le cuentes a Sara.– Secreto.Mi ademán fue para arreglarle el moño torcido, no para que se fuera. Toqué una de las puntas de los triángulos y vi la llamita. Pequeña, más azul que amarilla. La soplé para que se apagara, pero creció. Se hizo flaca y exacta, y le invadió el hombro de la camisa. Después el cuello, la oreja, el pelo. Vi cómo se quemaba el bigote de Vicente sin poder hacer nada. Traté, digamos, pero la rabia me invadió. Todo lo que hacía para apagarlo lo encendía más. Vi su cabeza vuelta una antorcha. Un trueno rajó la playa y el chaparrón nos envolvió. Pensé que podía ser una bendición. Que por fin la lluvia iba a salvarlo todo. Y lo apagó, sí, pero lo que pasó después fue mucho peor.Vi a mi abuelo negro como un esclavo. Mojado y humeante. Yo misma estaba empapada hasta los huesos. Estornudé y le volé parte del pabellón de la oreja. Fui yo, mis ojos me lo dijeron. Le apoyé la palma de mi mano derecha un poco más arriba de la mejilla para sostenerlo, pero mis dedos se hundieron irremediablemente en su costado. El bigote se deformó junto al rostro caliente. Cuando aflojé la presión, media cabeza de mi abuelo se derrumbó como la torre de un castillo de playa. Lo último que vi fue su sonrisa. Corrí.Desde casa llamé a los bomberos y a la policía. Me tomé un Ibupirac, llorando de desesperación. Me cambié de ropa. Conté cinco ampollas en mis pies, tres en el izquierdo, dos en el derecho. Me froté una crema refrescante, mientras esperaba. A las seis apareció un mensaje de Johann para que fuera. Yo todavía estaba temblando. Le pregunté si el edificio aún existía. “El fuego decidió por nosotros”, respondió él.Amanecía. El bombero que me tomó declaración me preguntó qué hacía ahí adentro en el momento en que el incendio comenzó. “¿Cree que fui yo?”, le dije. En el lugar del Parador había una montaña de escombros y cenizas. El resto de la dotación enrollaba las mangueras. “Detectamos una falla eléctrica. Por el momento nadie le está echando la culpa a nadie. Pero nos llamó la atención que no se comunicara inmediatamente por el celular”. Había tres patrulleros. Había una cinta de peligro delimitando la zona. El sol estaba empezando a secar el resabio de la tormenta. Me dolían las ampollas.- La Serena es una playa peligrosa, sin seguridad. Dejé el celular en casa para que no me lo roben. La policía aparece siempre después. Nadie anticipa nada.- Hay muy poco personal –se disculpó el bombero-. Vuelva a su vida y tómese un tecito, arquitecta.A desconfiada no me gana nadie.- ¿Y cómo está tan seguro de que no fue un incendio intencional?- No veo a nadie por aquí acusando a ningún privado –señaló hacia los patrulleros. Dos policías tomaban mate y un tercero les acercaba un paquete con facturas.- Cualquier cosa le preguntan a aquel hombre de allá. Es el dueño de una ONG muy misteriosa…-dije.Johann escondió la cara cuando se vio señalado. El bombero se dio cuenta, pero no reaccionó.- Hágame caso, aquitecta. El Awiston ya fue.Johann me siguió con la vista. Yo tenía ganas de bajar a la playa pero adiviné que él también iba a hacerlo, por lo que me preparé para volver a campo traviesa. No hay tecito que devuelva la memoria, bombero. Y si hubo un atentado no fui yo, ni mi abuela Sara, ni mi abuelo Vicente, que fue metre ejecutivo del edificio. La luz del amanecer convertía los charcos en espejos. Uno me llamó la atención por lo perfecto de su óvalo. Ariston, bombero, como mínimo tienen que aprenderse el nombre. Y Breuer no diseñó la silla Wassily personalmente, Página 12, sino que dirigió el grupo de alumnos y profesionales de su taller de ebanistería, que la hicieron realidad de la nada. A medida que me fui acercando, el óvalo se convirtió en círculo. La memoria es cruel, pero es el único material que corta la voracidad del mundo. El círculo estaba apoyado entre pastos. El rayo de sol rebotaba sobre lo que le quedaba de espejo a la oxidada bandeja de un mozo.
En muchas de éstas lecturas se van descubriendo personajes que nos cuentan de Tierra del Fuego y de sus primeros habitantes, de los indígenas.
Por ejemplo estremecedores son todos los fracasos de Allen Francis Gardiner (Basildon 1794 – 1851 Tierra del Fuego), que fuera un misionero anglicano que actuó muy cercano a los Yámana.
Luego de fracasar con una misión entre los Mapuches, pasó a las Islas Malvinas, donde se unió a la Sociedad Misionera de la Patagonia.
En 1845 inició una misión entre los Selk´´´ nam, como su interés era atraerlos al culto anglicano, tuvo muchos enfrentamientos con los chilenos que tenían las mismas intenciones pero para atraerlos al catolicismo.
Como lo echaron de aquellas tierras, lo intentó con los Quechuas y Aimaras, de Perú y Bolivia.
Un nuevo traspié lo llevó al Norte de Argentina donde intentó vender Biblias en inglés, claro, pocos la entendían, por lo que se dirigió a Buenos Aires.
Debido a que Juan Martín de Rosas (nacido como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio (Buenos Aires 1793 – 1877 Southampton), no lo recibió, se dirigió a Montevideo donde se hizo amigo del poderoso comerciante Samuel Fisher Lafone (Liverpool 1805 – 1871 Buenos Aires) amistad que como veremos más adelante le sirvió pero cuando ya se había convertido en cadáver.
Pero antes de su trágico fin, Lafone lo ayudó económicamente para regresar a Inglaterra.
En 1848 nuestro amigo Gardiner se embarcó, esta vez en dirección a la Isla Picton, situada al este de la Isla Navarino, en la bahía del Canal de Beagle, pero fiel a su condición, abandono todo y se dirigió a las Malvinas.
En 1851 regresa a la Isla Picton con una serie de lanchas metálicas, los indígenas, acostumbrados a los regalos de los misioneros, y debido a carecer del concepto de propiedad privada, se llevaron todo lo que encontraron a mano.
Sin comida, y debido a que las lanchas metálicas eran poco aptas para maniobrar en el mar ventoso, debieron dirigirse a la Bahía Aguirre.
Creyéndose previsor dejó en la Isla Picton un cartel pidiendo ayuda, pero como nadie lo vio (al cartel), tampoco pudieron ayudarlos (a ellos).
Siguió escribiendo su diario, hasta que murieron todos de inanición entre Junio y Septiembre de 1851. Un mes más tarde un barco fletado por su amigo Lafone encontró solo cadáveres.
Samuel Lafone y antes Allen Francis Gardiner
También podemos saber de la historia de Samuel Fisher Lafone (Liverpool, 1805 – 1871 Buenos Aires) tenía 13 años más que Allen Francis Gardiner, pero a diferencia de su amigo Gardiner fue un próspero empresario nacionalizado uruguayo, que consiguió construir un emporio.
En 1825 se radica en Buenos Aires y con su medio hermano Alejandro Ross Lafone (1807 – 1869)forma una sociedad acopiadora de productos ganaderos, e importadora de artículos de Europa e Indias Orientales.
En 1839 abren oficinas en Liverpool, en la calle 20 North John Street, Aigburth.
Obligado a abandonar Buenos Aires (por casarse en secreto por el rito protestante con su esposa católica) se instala en Montevideo, donde funda el 1842 el pueblo de “La Teja”.
Los primeros negocios de Lafone en Uruguay fueron las tratativas con el gobierno para promover la colonización y la inmigración.
Lafonia
La propuesta de Lafone era reunir mil inmigrantes, el gobierno pagaría 80 patacones por cada inmigrante mayor de catorce años y la mitad por los menores de esa edad; los niños pequeños y los mayores de 65 años quedaban excluidos del pago.
En 1852 organiza para tal fin la “Sociedad de Población y Fomento” con la que promueve la agricultura en los terrenos de alrededor de los pueblos de Canelones, San José, Colonia, Soriano, Durazno, Paysandú, Tacuarembó, Cerro Largo y Carmelo donde instala a 30 familias.
En el período de la Guerra de la triple Alianza Lafone fue una de los más importantes prestamistas y acreedores del Gobierno, accionista de la Sociedad Compradora de Rentas de Aduana, integró la Sociedad de Cambios y fue socio fundador del Banco Comercial.
Cuando compra la península de Punta del Este cede 120 manzanas donde se crea el pueblo, en 1843 adquiere la Isla Gorriti. El Grupo se dedicó principalmente a la extracción de aceites, pieles, huesos y carnes de Lobos, focas y a la pesca de la ballena.
Ampliaron la explotación a las Islas de Lobos, Castillos y las costas de Rocha hasta el límite con Brasil. Solo en la Isla de Lobos extraían 10.000 pieles finas cada año.
continua en http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-4a-parte/
1era parte http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-1a-parte/
Hablando Yagan
Textos extraídos del libro Ahua Saapa Yagan, Mi Sangre Yagán, de Víctor Vargas Filgueira. (4)
Las fotografías y los detalles extraídos de la «Guía de Diseño Arquitectónico Infraestructura Pública Étnico». Región de Magallanes y de la Antártida Chilena. (10)
Disfrute muchísimo leyendo porque pude aprender de los yaganes, de su forma de pensar y deactuar de su comunidad. Así como las penurias a que fueron sometidos, y debieronsoportar, por la ambición y con la agresividad impune de los aventureros desalmados yvoraces. Ésta fue una constante, no se puede pensar en actos aislados, incluso estoshechos vandálicos consentidos por las autoridades y por la sociedad permanecen hoyen día, cuando vemos la actitud de muchos como por ejemplo gente como Jos Lewis y su forma de apoderarse de lo que no le pertenece, como el Lago Escondido, másadelante narro este hecho que ocurre hoy día, en este preciso momento, mientras yo escribo, ustedes leen, y allí mucha gente es ignorada en su sufrimiento.
Para conocer al pueblo yagán, diremos que se distribuía en cinco territorios, teniendo como eje el gran Onahaga, el Canal de Beagle. Cada uno de estos territorios estaba habitado por un grupo distinto: los ilalumaala (grupo del sudoeste), los inalumaala (grupo occidental), los itulumaala (grupo oriental), los yecucinaala (grupo del archipiélago de Wolllaston) y los wakimaala (grupo de la parte central. Cada grupo tenía un dialecto diferente, aunque también se comunicaban en hausikuta, la antigua lengua Yagán
Hasta mediados del siglo XIX, el Onashaga, el Canal de Beagle, conservaba su estado natural, recorrido por bandadas de bandurrias que buscaban refugios de las lluvias. Las historias las contaban los usúanes, los abuelos sentados al lado del pusáki, el antiguo fuego, de cuando seres extraños se aparecieron en su Onashaga.
Los ancianos eran los encargados de almacenar los conocimientos del pueblo Yagán.
Los problemas se fueron acumulando con la llegada de canoas gigantes.
El bisabuelo de Victor, nació como Asenewensis, aunque los colonizadores le cambiaron el nombre por el de Tomás Yagá, se casó con Juana Yagán, su bisabuela.
Junto a sus otros mamakús, sus otros hermanos, se vio obligado a convivir con los colonizadores.
Éstos tenían cautivos a una gran cantidad de mamakús, a quienes divisaban desde Shumakush, Punta Remolino.
1880
Nada volvió a ser igual, los presagios de los viejos y cansados yecamush los poderosos hechiceros así lo indicaban, no tendrían más siestas tranquilas, o ir a juntar erizos frente a los atardeceres de las bahías, ni “las mujeres volverian a enseñar a las niñas a tejer cestos de juncos”. Desaparecerían las esperanzas de volver a ser felices.
Watauineiwa, el ser superior ¿les volvería a regalar una ballena varada?
En 1869 el reverendo Stirling, miembro de la Iglesia Anglicana funda la “Misión Anglicana Tushkápalan”. Por eso los ancianos aconsejaban que bajo ningún motivo alguien se acercase a Tushkápalam, allí la gente moría, lo llamaban “el cementerio Yagán”.
Si alguien preguntaba por alguno de sus hermanos, la respuesta era” Ya no está entre nosotros”. Los blancos les arrebataban a sus mujeres y nunca más las volvían a ver, los abuelos tenían que hacerse cargo de los huérfanos que dejaban esos secuestros espantosos. Los fallecidos eran tantos que no podían practicar la yamalasemoina, la ceremonia de duelo del pueblo Yagán.
Varios misioneros blancos se asentaron en las costas del Onashaga, Thomas Bridges (Bristol 1842 – 1898 Buenos Aires)en Waia Ukatush, en la Bahia Harberton donde fundó la Estancia Harberton en 1886. Y el pastor y misionero anglicano Juan Lawrence (Great Malvern 1844 – 1932 Tierra del Fuego) en Shumakush, el Estado argentino le cedió terrenos donde creó la Estancia Punta Remolino a 30 km al este de Ushuaia. Refugio y lugar de trabajo de Yámanas, Selknam, Haush y sus descendientes hasta 1930, año en que éste fallece.
1900
Cuando nace Catalina Yagán, trae una luz de esperanza para su sheskín, el corazón de Asenewensis.
Un día en una ánan aiyusu, una canoa hecha de corteza, se dio la noticia que al sureste de Onashaga, en una zona cercana a Yecushín, Islas Wollaston, había varado una ballena.
Llegaron allí adentrándose por el Yagashaga, el canal Murray, solo había 14 canoas de las más de ochenta que normalmente concurrían, con tan solo cien yagánes de los más de quinientos habituales.
Era el momento de buscar un delicioso sustento rico en grasas, fundamental para afrontar el largo invierno. Antes se avisaban con fogatas, pero para no llamar la atención de los palayamalin, esa rara, misteriosa y peligrosa gente blanca, se les avisó recorriendo el Onashaga de punta a punta.
Sabían que los blancos querían los cueros de yapous y ámas, pieles de nutria y lobos marinos.
Además de la comida, era la ocasión de fortalecer las relaciones familiares y de amistad, compartir, disfrutar. En ese momento se acordaban parejas de novios.
1915
Al usteka, que así llamaban al amanecer del quinto día Juan Calderón pìdió a Asenewensis la mano de Catalina.
Nelly Calderón que era la makuskipa, la hermana de Juan Calderón, se casó con Fred, el hijo del misionero Juan Lawrence.
Cuando salían a cazar y llovía, rogaban a Watauineiwa a quien cariñosamente llamaban Kalaiexen buen tiempo y fortuna en la caza. Cuando se escuchaba el ruego, se asomaba Akainik, el arco iris que era la comunicación del ser supremo. Muchas veces practicaban el Makainkina, que eran las reuniones que hacían en grupo para entretenerse.
En la época del Akuerum, el momento del año en que las cortezas se aflojan y se puede hacer las ánan, las canoas.
Pudieron saber que más gente blanca estaba asentándose en la isla Shukaku, que conocemos como Picton, en la isla Imien, Lenoz y la isla Shunushu, Nueva.
Kina, choza ceremonial para adultos. Anthropos Institut. Sankt Augustin, Alemania
Un anciano reflexionaba: “…Todo lo extraño nos está invadiendo y, por ello, abandonamos nuestras costumbres. Si seguimos ese camino, harán desaparecer el modo de vida de nuestro pueblo, la forma en que luchamos todos los días por el sustento. En poco tiempo solo quedará de nosotros nuestro kespix, nuestro espíritu…”
Espíritu de la ceremonia del Kina . Anthropos Institut.
Sankt Augustin, Alemania
Hacía mucho tiempo que no se hacía la loima yecamush, escuela de hechiceros, los jóvenes ya no conocían las ceremonias de iniciación para convertirse en adultos, el chiejáus y el kina.
Para hacer el chiejáus se preparaban chozas de 11 metros de largo y 3,50 de ancho, podían entrar hasta 22 personas.
continuará…….
4
Mi sangre Yagán. Ahua Saapa Yagan. Victor Vargas Filgueira. Editorial La Flor Azul, 2021 ISBN 978-987-47731-5-9.
10
Kawésqar Selk´Nam. Yagán. Aónikenk. Guía de Diseño Arquitectónico Infraestructura Publica Étnico. Región de Magallanes y de la Antártida Chilena
continua en http://onlybook.es/blog/viaje-al-fin-del-mundo-3a-parte/
Mi relación con el sur del continente americano, comienza en Febrero de 1972 con un viaje realizado con mi amigo Edgardo Minond a bordo de un Citroën 2CV del año 1964, continua con un viaje en el año 2016 y otro en el 2022.
Esta parte la Patagonia estuvo ocupada por los Selknam y la llamaron Karukinka (nuestra tierra), aunque su actual nombre se debe a las fogatas que los primeros navegantes avistaron, y que servían para protegerse del frio.
Quizás estaban asando el riquísimo Corderito Fueguino.
Corderito fueguino
Buscando, en su enorme sabiduría, di con Eduardo Galeano, que escribe en su Memoria del fuego (1) acerca de los Taínos (que son habitantes de las Antillas, bastante lejos de la Tierra del Fuego, pero que me encanta citar), hablaban en arawak, llamaban al arco iris “serpiente de collares”, al cielo le decían “mar de arriba”, al rayo “el resplandor de la lluvia”, al amigo lo llamaban “mi otro corazón”, y al alma “el sol del pecho”. La lechuza era “ama de la noche oscura”, al bastón, los ancianos le decían “nieto continuo”, y no decían perdón, decían “olvido”.
“La hierba seca incendiará la hierba húmeda”.
(Proverbio africano que los esclavos llevaron a las Américas)
Felipe Pigna (1959) menciona en “Los mitos de la historia Argentina 1”, que el piloto portugués y explorador Fernào de Magalhàes españolizado como Fernando de Magallanes (Sabrosa 1480 – 1521 Isla de Mactán) junto al financista de la expedición el comerciante Cristóbal de Haro (Burgos ¿- 1541 Burgos), de una familia de origen posiblemente judío, que tenían sedes comerciales en varias ciudades de Europa, llegaron a la bahía de San Julián, en la actual Provincia de Santa Cruz en marzo de 1520.
El cronista de la expedición, el italiano Antonio Pigafetta (Vicenza 1490 – 1534 Ibíd.) (2) menciona a un hombre de una altura gigantesca, “…tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura…” y su conclusión es que de aquí deriva la denominación de toda la zona sur argentina, la Patagonia, los hombres de Magallanes llamaron “patagones”, a esos habitantes.(3)
Antonio Pigafetta fue un marino y cronista italiano que acompañó como “lenguaraz” y “cartógrafo a Hernando de Magallanes en su viaje alrededor del globo, siendo uno de los pocos que sobrevivieron a la larga travesía, Originario de la ciudad de Vicenza, hoy su casa natal se ha convertido en una visita turística. Publicó en Venecia en 1536 “Relazione del primo viaggio intorno al mondo”, en 1899 se editó en Madrid una traducción.
El pueblo que vivió hace miles de años en el archipiélago de las islas del sur de Tierra del Fuego, se llama Yagán o Yámana.
El territorio se extendía desde Onashaga (Canal de Beagle) hasta donde “la tierra se acaba” (Cabo de Hornos).
Víctor Vargas Filgueira (Ushuaia 1971) descendiente Yagán, habla de su pueblo en su libro “Ahua Saapa Yagan” (Mi sangre Yagán). (4)
Actualmente ejerce de guía en el Museo del fin del Mundo en Ushuaia y es un respetado artesano, cuenta en su libro que su idioma está compuesto por 30.000 palabras, pero Charles Darwin (Shrewsbury 1809 – 1882 Down House), que apenas los vio en 1834 desde la cubierta del Bergantín Beagle (5), los describió ignorando como realmente eran “desdichados salvajes de talla escasa, con el rostro cubierto de pintura blanca, la piel sucia y grasienta, los cabellos enmarañados, la voz discordante y los gestos violentos”.
“Sin embargo las comunidades yaganes de Ukika y Ushuaia, pueblos ancestrales que supieron vivir durante milenios adaptándose a un medio climático muy riguroso, compartiendo con los suyos los recursos de la naturaleza, hasta la llegada de los aventureros y colonizadores, que traían “su civilización” que terminó con su forma de vida y su existencia nómade”.
HMS Beagle
Narra Filgueira que era una sociedad igualitaria donde sus integrantes trabajaban y decidían sus acciones comunitariamente. Sus complejas ceremonias rituales como el Chiejaus y la Kina solo fueron revelados al antropólogo alemán Martín Gusinde en 1919, forman parte de su cultura ancestral.
Desde la alimentación, a los estados de ánimo y los avatares del día a día, por su estilo de vida comunitaria, los Yaganes compartían todo. (4)
En el choque con los colonizadores sufrieron una elevada mortandad, su población se diezmo, pasando de varios miles a unos cientos de sobrevivientes.
Cuando los gobiernos de Chile y Argentina comenzaron a explorar Tierra del Fuego a fines del siglo XIX, “la población indígena rondaba las 10.000 personas, 50 años después, debido a enfermedades, dislocaciones, munificencias y sobreexplotación de sus fuentes tradicionales de alimentación, sólo quedaban 350 indígenas” (datos del periódico Santiago Times del 13 de Abril de 2005).
La llegada de los conquistadores españoles en 1492, trajo consigo lo que la periodista argentina Marta Gordillo calificó como “el peor genocidio en la historia”.
“Con la llegada de los conquistadores comenzó el exterminio de millones de indígenas de América del Sur y la destrucción de todas las culturas de este lado del Atlántico”. «No hay nada que celebrar el 12 de octubre…más que la muerte y la destrucción cultural de la conquista».
“A pesar que los conquistadores llegaron hace 530 años, su crueldad es un legado continuo…las poblaciones indígenas siguen siendo víctimas de prejuicios y racismo generalizado”.
Armando Braun Menéndez (Punta Arena 1898 – 1986 Buenos Aires) “Era tan miserable su contextura física, que no pudieron soportar ni su propio clima”.
Arnoldo Canclini “Los Yaganes desaparecieron en especial por epidemias desde mucho antes del establecimiento definitivo de gente de origen europeo…también por la variación de su alimentación y una infertilidad consecuente”.
“…Aunque en Ushuaia la vida tenía mucho de rutinario… El horario cotidiano cambió varias veces durante los años, pero podemos dar como ejemplo el que regía para el verano de 1876. Todos se levantaban a las cinco menos veinte y, antes de desayunarse a las seis, los misioneros dedicaban un rato a la lectura de la Biblia y a la oración en conjunto. A la hora citada, tocaba una campana para llamar a los indígenas quienes, luego de comer, se dedicaban a sus trabajos. Algunos cuidaban las cabras y vacas que se utilizaban para el consumo y otros cultivaban las huertas que todos tenían detrás de su casita. En algunas ocasiones, se construían cercos o caminos… De nueve a diez, se celebraba un culto para implorar la bendición divina durante el día y luego se daba alguna enseñanza a los hombres y mujeres, que después volvían a su trabajo. A la una de la tarde otra campana llamaba a almorzar y de dos a cinco y media se trabajaba nuevamente. Los sábados a la tarde y los domingos eran días de descanso. Los indígenas recibían pago por su trabajo, no en dinero, sino en ropas, alimentos y útiles. De la misma manera se les pagaba las pieles de zorro o nutria que algunos traían desde lejos. Para mayor seguridad sólo se daba al indio parte del valor presumible de la pieza; luego se enviaba a las Malvinas, donde las vendía un comerciante llamado Jorge M. Dean, amigo y colaborador de la Misión, y si lo que éste pagaba era más de lo que se le había dado al portador, se le entregaba dicho excedente. Inclusive figuran casos de pago extra…”. (6)
Continuará………..
Notas
1
Memorias del fuego. México, Siglo XXI, 1993. Eduardo Galeano
Primera edición en español, mayo de 1982 Decimonovena edición (sexta de España), octubre de 1991. ISBN 84 323 0439 5 (Obra completa).
El nombre “Patagones”, evocaba al Gigante Patagón, personaje de ficción del libro “Pigmaleón”, una novela de caballería publicada en Salamanca en 1512, bajo el nombre de “Libro segundo de Palmerín”, continuación de “El libro del famoso y muy esforzado caballero Palmerín de Olivia”, escrito por Francisco Vázquez.(Felipe Pigna, Los mitos de la historia Argentina 1, (2009-2019) Planeta ISBN 978-987-580-947-5
4
Mi sangre Yagán. Ahua Saapa Yagan. Victor Vargas Filgueira. Editorial La Flor Azul, 2021 ISBN 978-987-47731-5-9.
5
El HMS Beagle fue un bergantín de la clase Cherokee de la Marina Real británica botado en el río Támesis en 1820. Tenía 27,5 metros de eslora; 7,5 metros de manga; 3,8 metros de calado; diez cañones; 235 toneladas de carga; y una tripulación de ciento veinte hombres. Fue el primer barco en navegar bajo el nuevo Puente de Londres.
Adaptado participó en tres expediciones, la segunda estuvo bajo el mando del comandante Robert Fitz Roy que llevó al joven Charles Darwin.
En el verano de 1834 un joven Charles Darwin anotaba en su diario: “esos desdichados salvajes tienen la talla escasa, el rostro repugnante y cubierto de pintura blanca, la piel sucia y grasienta, los cabellos enmarañados, la voz discordante y los gestos violentos. Cuando se ve a tales hombres, apenas puede creerse que sean seres humanos, habitantes del mismo mundo que nosotros”. Estas despectivas palabras de Darwin, trataban de describir a un grupo de yaganes, avistados a duras penas desde el puente del bergantín «Beagle» en las cercanías de las islas Wollaston.