Berenice Abbott
Retratos de la Modernidad
Fundación Mapfre.
Paseo de los Recoletos, 23 (28004) Madrid
Del 1 de Junio al 25 de Agosto 2019
Cuando en 1918 la fotógrafa Berenice Abbott llega a Nueva York desde Ohio – donde había nacido veinte años antes, en Springfield- se da de bruces, por pura casualidad, con aquello que andaba buscando aunque entonces no lo supiera. En unas pocas manzanas, en el Greenwich Village neoyorquino –uno de los barrios al sur de la ciudad-, se movía un grupo de artistas e intelectuales- Mina Loy. Marcel Duchamp, la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven, Djuna Barnes, etc.- que iba a marcar su vida e incluso su carrera futura. Entonces Abbott quería ser periodista, pero al no contar con la asignación mensual de los integrantes de aquel grupo, que tiene una posición económica más bien acomodada, Abbott se ve forzada a aceptar los trabajos más inverosímiles. Seguramente a causa de su propia situación material, no comparte la idealización sobre la clase obrera de muchos de sus amigos entonces, si bien aspira como ellos a reescribir el relato normativo y revisar sus exclusiones impuestas.
Y desde luego lo consigue a través de un deslumbrante objetivo fotográfico: a lo largo de su carrera la suya es una mirada aguda, capaz de captar las diferentes modernidades y retratarlas.
De hecho se puede decir que Berenice Abbott –cuya carrera profesional se desarrolla entre Paris y Nueva York- es una retratista excepcional para las modernidades del siglo XX, desde sus retratos de los escritores e intelectuales más vanguardistas y sus fascinantes fotografías de la ciudad de Nueva York, que persigue obsesiva del cielo al suelo, hasta sus imágenes de tema científico, ya en los años ´40, que “retratan” los resultados de diferentes experimentos físicos, que de pronto, se asemejan a las luces de la propia ciudad.
Peggy Guggenheim, una de las mayores coleccionistas de arte del siglo XX, amiga de artistas e intelectuales a ambos lados del océano, se recorta sobre un fondo neutro. Es la fotografía de una mujer de la alta sociedad, segura de sí misma, moderna, en la cual Abbott parece atisbar el futuro de quien va a ser la primera gran mecenas de la contemporaneidad. Talvez por eso, el bello y sencillo retrato tiene algo de documento de una época a la cual pertenece la propia fotógrafa.
En 1927 Berenice Abbott retrata de frente y de perfil a Eugène Atget, el fotógrafo adorado por los surrealistas y testigo de Paris de finales del siglo XIX. Es un juego que remeda cierto trabajo documental, de archivo, casi policial, al tiempo que subraya la extraordinaria calidad de Abbott como retratista. En Atget se inspirará para realizar su gran proyecto Changing New York –un fabuloso retrato de Nueva York-, y haciendo gala de una enorme generosidad dedicará sus esfuerzos a promocionarle, adquiriendo incluso sus negativos tras la muerte del fotógrafo francés.
La foto fue sacada al poco tiempo de fallecer su esposa, y el fallece antes de poder ver estas fotografías.
Autor de tantas obras memorables –fílmicas y literarias-, Jean Cocteau aparece abrazado a una especie de máscara que alude, tal vez, al juego de espejos reiterado en su trilogía de Orfeo. Representa cierta masculinidad fragilizada que Abbott rescata a través de homosexuales militantes, como André Gide o Jean Cocteau, o “nuevos hombres”, que han dejado de ser tipos seguros de sí mismos, como los personajes de las novelas de George Bernard Shaw o Thomas Hardy, y han adoptado una masculinidad menos monolítica, como la descrita en las novelas de D. H. Lawrence o James Joyce, retratado por Abbott en 1928.
Sin lugar a dudas, Berenice Abbott es una de las fotógrafas más tempranas y eficaz que ha reratado Nueva York. La ciudad se convierte ante su objetivo en un ser vivo, el personaje extraordinaro que el visitante actual puede rastrear durante el paseo por sus calles abarrotadas, mirando hacia arriba para tropezarse con la belleza moderna de sus rascacielos. Tiendas, tipos, puentes, calles, interiores, edificios en construcción y emblemáticos, vistos desde fuera o desde lo alto –los mismos que se perciben aún hoy en el recorrido nocturno por la autopista que rodea Manhattan-, van conformando el mencionado retrato desde el ojo de una fotógrafa que, tal vez retratista antes que documentalista, percibe muy pronto las posibilidades infinitas de Nueva York como vehículo para plasmar esa modernidad única de una ciudad que sigue conservando su esencia del suelo al cielo.
De hecho, se podría establecer u paralelismo entre los “retratos” de la ciudad y los de los personajes vanguardistas que Abbott fotografía en Paris. A través del propio Man Ray conoce a Eugène Atget, otro de los grandes fisonomistas de París, y al regresar a Nueva York en 1929 comienza la que se convierte en su serie más conocida, Changing New York, que puede llevar a cabo gracias a la financiación del Federal Art Project, una iniciativa pública creada en plena recesión como apoyo a la actividad artística. Es el retrato de la ciudad viva y hasta el testimonio de tantos lugares hoy desaparecidos. Su ojo, siempre en busca de la citada modernidad, retrata de forma inquietante es continua transformación que lo moderno imprime y exige sobre sus gentes y ciudades.
A pesar de que Eugène Atget nunca recibió los premios que merecía , y que tal vez le habrían permitido seguir adelante un poco más de tiempo, sus penurias infinitas fueron al final, al menos, recompensadas por ese monumento que es su trabajo inmortal. Será recordado como un historiador del urbanismo, un romántico genuino, un amante de Paris, un Balzac de la cámara desde cuyo objetivo podemos tejer una gran alfombra de la civilización francesa.
La transformación constante del punto de vista en los trabajos de Abbot –sobre todo, la contradicción de esos puntos de vista- es lo que contagia de novedad a sus imágenes y la que consigue establecer un juego estimulante entre lo macro y lo micro que desplaza constantemente la mirada. Es un malabarismo que reenvía – en sus fotografías de ciencia también- a una propuesta freudiana de trastocamientos, los que recorren el psicoanálisis en su término “siniestro”: una vez más lo familiar se ha hecho extraño.
Berenice Abbott
Comisariado
Estrella de Diego
Coordinación
L. Lucas
Dirección de montaje e iluminación
Pedro Benito Albarrán
Diseño de montaje
Marta Banach Gorina
Diseño de catálogo y gráfica
Tipos móviles
Proyectan el film, “Berenice Abbot: A View of the 20th Century” (1992) de Kay Weaver y Martha Wheelock de 56 minutos, excelente.
textos que acompañan la muestra,