La fealdad del espiritu
El arbolito no es responsable de nada.
No hay que criminalizarlo, no pidió ningún fondo para exponer su belleza.
Nadie cercano, aprendió de él su forma, sutileza, color o textura, ni su escala o su movimiento.
Ni advirtió sus visitantes (pajaritos, otras aves, hasta algún barrilete).
Nadie observó su maravillosa forma de dar sombra y hasta el susurro del viento y el juego de las hojas flotando en el espacio.
El arbolito no tiene culpa alguna.
Ni criminalizarlo, ni juzgarlo, pero si agradecerle que exista para recordarnos que lo bello muchas veces nos permite reconocer la fealdad. Sobre todo la del espíritu.