Mi padre, nuestro padre, de Guille y mío era especial.
Especial, por cosas que no vienen al caso.
Cuando fue necesario, vital diría yo, comenzamos a vender suscripciones en los pabellones de la facultad de arquitectura, sería el año 1968.
Salimos disparados de nuestro piso de Gelly y Obes y Copérnico, al bario que ahora lo llaman “La Isla”, a Luis le gustaba decir que al garaje se entraba por la calle Luis Agote.
En uno de sus viajes a NY, trajo 2 discos estereofónicos, «Los Plateros» y la «5ta, sinfonía del nuevo mundo de Antonín Dvořák», en aquel entonces era la 5ta, luego paso a ser la 9na.
Luis llevaba a sus atónitos invitados de un parlante a otro (los separaban 9 metros en el amplio living), y les decía, aquí se escucha una parte de la orquesta, los bajos, y aquí, caminando los 9 metros, la otra, los agudos y asi, incansables veces.
Cuando yo lleve el disco de los Bad Boys «Papaumama», y lo escuchaba a todo volumen, Luis, cabreado me decía, como podía escuchar esa porquería, yo lo había buscado en el Club del Disco, en el primer piso de la Avda Santa Fé, un ritual de los sábados al mediodía, donde en unas cabinas podias escuchar si ese era el disco que querías llevar, con ese Papaumama estaba y sigo fascinado.
Luis había construido el edificio, estaba (estábamos) orgullosos, antes yo decía que de alli salimos disparados a un departamento en la calle Pasteur y Cangallo.
Cuando le cambiaron el nombre a Cangallo por General Domingo Perón, Luis decía que vivía en Pasteur y General Domingo Cangallo.
Ese humor tenía Luis.
Un día apareció con una caja de cientos de llaveritos con un elefante cada uno.
El sistema para vender suscripciones era acercarse a una mesa y poner sobre ella 5 o 6 revistas, Summa, Nuestra Arquitectura, Hogar y Arquitectura, GA, Domus. Architecture d’Au Jourd hui…
Los estudiantes las miraban y se suscribían.
A veces hacia 10 suscripciones en un día, a veces 80.
Tanta venta era un misterio, pero no estaba solo. Llevaba los elefantitos.
Le preguntaba a los y las estudiantes
-que hacen?
-preparamos la entrega.
Entonces Luis le daba un elefantito, el elefantito de la suerte.
Cuando veía alguna embarazada, le aseguraba que le daría suerte al recibir a su bebe.
Luis estaba convencido y convencía.
Quizás alguien lea esto y haya recibido algún elefantito, y se sonría.
Hace pocas semanas en un metro de Barcelona, un marroquí ofrecía llaveros, había varios, yo solo veía el elefantito.
Y a Luis.
Qué personaje el tío Luis !!!!